domingo, septiembre 08, 2013

Generación de recambio en la ópera: Las nuevas divas

Cataliuna Bertucci
Revista Ya

Tienen entre 26 y 38 años, voces talentosas, persistencia y ángel, dicen los expertos. Crecieron en la estrechez económica, pero su pasión superó las limitaciones. Serias y estudiosas, van en directo ascenso al estrellato. Critican los programas de estudio y la falta de profesores líricos en Chile: "Aquí nos enseñan fonética; afuera se aprende inglés, italiano, francés y alemán".  

Por María Cristina Jurado.
Fotografías: Sergio López. producción: carolina piña. maquillaje: nicole Rencoret. Pelo: Tobías Sevilla.

 Pamela Flores, 38 años, una hija de siete, llora al recordar los cuatro años que pasó cantando arriba de las micros. Era una veinteañera y en su casa eran siete, una familia que sobrevivía en la Villa Frei con pequeños trabajos de su papá sociólogo, quien dejó de trabajar para el golpe de 1973. Aferrada a su pasión por la ópera, y para estudiar, Pamela cantó en micros de Santiago y Valparaíso; también vendió ropa usada en la feria de Arrieta. Lo recordó este año cuando la Fundación Ibáñez-Atkinson y el Teatro Municipal la enviaron, por su talento, a Ámsterdam, a perfeccionarse como soprano de coloratura con la maestra Margreet Honig, un motor en su carrera.

A los 24, después de años batallando por posicionarse en un escenario, la soprano lírica Paulina González sufría. Aunque todos reconocían su voz de oro, las críticas a su sobrepeso -más de treinta kilos ganados en su Osorno natal- no solo castigaban su autoestima: atentaban contra su carrera porque los roles importantes le pasaban por el lado. Cuando este 2013 se subió al escenario del principal teatro de ópera en Chile a cantar el rol de Julieta en "Romeo y Julieta" -el más importante en su carrera- recordó su operación de gastrectomía con manga que rebajó su peso en 2009 y le dio impulso a su camino en el canto.

Hubo un día en que la soprano Catalina Bertucci, 32, vivió en una modesta pieza y lavó platos en un hotel de Alemania, aferrada a su amor por el canto lírico. Esos días, impresos en su mente, los evocó a fines de 2012 cuando el maestro Juan Pablo Izquierdo, director de la Orquesta de Cámara de Chile, la invitó a grabar la Cuarta Sinfonía de Mahler para la empresa discográfica Mode en Nueva York, el sello más importante del mundo en música docta. Hoy, instalada en Colonia y ya posicionada, Catalina no abandona su persistencia: este año y el próximo será la invitada en teatros operáticos de Dresden, Freiburg y Norwich, en Inglaterra.

Recién casada con un barítono, Marcela González, 26 años, se lamenta de no haber empezado antes en la ópera. Muy joven, desde Peñaflor y creciendo sin holguras, tuvo que trabajar para sobrevivir y cantó en matrimonios y eventos sociales mientras se daba vueltas, algo perdida, en la música rock. Conocer a la prestigiosa preparadora musical Hilda Cabezas enderezó su rumbo. Cuando, en 2011, el Municipal la escogió entre todas las cantantes del país para participar en el Cardiff Singer of the World, una competencia a la que asisten solo veinte seleccionados en todo el mundo, recordó sus duros inicios. Cardiff fue un hito que hoy la tiene rumbo al estrellato, dice el director del Teatro Municipal, Andrés Rodríguez.

-Las voces de hoy son menos dramáticas que las de antes. Todas, Paulina, Catalina, Pamela y Marcela, tienen voces marcadamente líricas. Son profesionales serias, muy bien preparadas musicalmente y que están subiendo a los escenarios guiadas por un tesón personal que pocas veces se ve. Tengo confianza en esta generación de recambio en la ópera; ha hecho un camino que ha ido de menos a más. A fuerza de pequeños roles se pulió y se ganó la confianza de quienes deciden. Estas nuevas cantantes llegarán lejos por su seriedad, profesionalismo y porque tienen un talento raro que, después de muchas vueltas, cristalizó. Ellas saben que gran parte de su suerte depende de ellas mismas.

Andrés Rodríguez, una de las mayores autoridades del género en Chile y respetado a nivel internacional, ve en estas nuevas divas la esperanza del recambio. Y ellas -lo dicen con amplio reconocimiento- confiesan que el Teatro Municipal les ha sido clave.

-Estuve cinco años en el Coro del Municipal. Para mí fue el posgrado que no pude hacer fuera de Chile por falta de plata y porque me rechazaban por la edad. Es que empecé a los 32, lo que es tardísimo en la ópera. Antes hice jazz y estudié composición en la Escuela Moderna de Música. Una de las vallas difíciles de saltar en esta profesión es la edad: la carrera de soprano no es larga: ya, a los 30, muchos te consideran vieja.

Pamela Flores estudió música en la Universidad Católica y se recibió hace diez años. Cuando, en 2007, fue convidada a cantar "El rapto del serrallo" de Mozart, se reencontró con la lírica y nunca más la dejó. "Lo lírico exige depuración total del instrumento que es la voz. Una voz limpia con ritmo y notas exactas: es un género purista y exigente donde todo está escrito y se debe respetar hasta el último detalle, la dinámica, la duración de las notas, el texto. Si te gusta y tienes condiciones, te cambia la vida".

No solo el coro fue un posgrado para Pamela. También la orientación de la preparadora musical Hilda Cabezas-Gräbner, quien vive en Alemania, pero trabaja cada año en Chile, además de preparar cantantes líricos en escenarios de todo el mundo. Pamela:

-Me adoptó, eso lo hace con muchas cantantes que están empezando. Donde ve talento, no ceja. Con ella aprendí que en Chile no hay verdaderos maestros de canto lírico, no hay profesores de técnica vocal. Pasamos por la universidad, pero los programas tienen tremendos vacíos y cuando uno sale a competir fuera de Chile -el sino de un cantante de ópera- estamos en gran desventaja de preparación. Lo he suplido a punta de esfuerzo. Esta carrera exige corazón, pero también mucha cabeza. De diez que empiezan, siete no llegan.

La soprano Marcela González, casada con el barítono Ricardo Seguel, es lapidaria. Ella también encontró su rumbo de la mano de Hilda Cabezas-Gräbner, quien la hizo decidir entre sus estudios de clarinete y el canto lírico:

-Las mallas curriculares de las universidades en Chile están muy atrasadas. No hay profesores de técnica buenos, los cantantes aprendemos con muchos vacíos. Hoy en el mundo un operático sabe por lo menos tres o cuatro idiomas: inglés, italiano, francés y alemán. Aquí, a lo más, aprendes fonética para poder cantar tu rol. Te dicen que basta con que te aprendas tu aria, y es un error. Uno debería saberse el rol completo al revés y al derecho. Cuando fui a Cardiff conocí a jóvenes que habían estudiado óperas completas, solo para cantar un rol menor. Eso es preparación y no existe en Chile. Por eso aquí todos suplimos los vacíos con voluntad y decisión, porque si no avanzas, te quedas. He visto a muchos perder el foco porque las luces distraen, hasta dejan de estudiar. Se subieron a un escenario y creyeron que estaban en la cima. Pero esta carrera es interminable, si dejas de aprender, te estancaste.

Y desde Hannover, Alemania, Hilda Cabezas-Gräbner, con cuarenta años de experiencia preparando cantantes líricos, dice:

-La tecnología está marcando la ópera. Las exigencias han crecido al infinito, hoy las cantantes deben, además de tener perfecta técnica, ser buenas actrices y verse bien. Las régies están más exigentes: ya no basta figura y voz; hay que saber moverse, actuar, tener presencia escénica. Y ser culto, saber historia de la música, la historia de esa ópera y quién la escribió, y qué pasó en el estreno. Pero en Chile no hay buenos maestros técnicos y falta mucho conocimiento. Esta generación nueva, que vive al tres y al cuatro, está llegando lejos porque tomó conciencia de que afuera las cosas se hacen de otro modo.

Y se hacen de otro modo porque la competencia es feroz, como nunca antes en el escenario de la música. "Competencia despiadada" la llama el director del Municipal, Andrés Rodríguez. Hilda Cabezas-Gräbner lo observa diariamente en su trabajo en Europa:

-Los países orientales son los grandes exportadores de talentos hoy. He tenido alumnos coreanos, chinos, japoneses, y son una verdadera máquina, son como hormigas. Tú les haces una corrección que normalmente exige varios días, y se la aprenden en media hora. Te tocan la puerta y te dicen "ya me la sé". Y se la saben. Son implacables. Eso no pasa en Chile, allá hay que chicotear.

Las nuevas exigencias

En el medio operático el caso de la soprano estadounidense Deborah Voigt marcó precedente. En 2004, la Royal Opera House de Londres la despidió por su sobrepeso: no pudo cantar el rol de Ariadne en la ópera "Ariadne en Naxos", de Strauss. Voigt se hizo un triple bypass, perdió 60 kilos y volvió a cantar. Que la estética física en un cantante lírico es clave, es un signo del nuevo milenio. Esta exigencia se volvió implacable desde el 2000, ser delgado y estar en buena forma física es parte de los contratos, para hombres y mujeres. Y en sopranos y contraltos, un imperativo, tal como cultivar la voz. No fue el caso en los últimos cincuenta años, cuando dominaban divos como Enrico Caruso y Montserrat Caballé, quienes se imponían en escena con gran corpulencia. La excepción fue María Callas, quien, para ganar adeptos y salud, perdió 36 kilos entre 1953 y 1954 y nunca los recuperó.

La soprano Paulina González sufrió esta exigencia:

-Hace veinte, treinta o cuarenta años, bastaba con que te pararas en escena con tu traje de belcantista y ¡listo! Hoy lo estético, lo físico y lo vocal van a la par, y tienes que verte perfecta. A los 24, en 2009, terminé en el quirófano porque me aburrí de las tallas y de las críticas; profesores y preparadores me decían directamente que si no bajaba de peso, no llegaría a ninguna parte. Nunca me darían un rol importante como gorda. Desde que apareció el DVD esto cambió y se volvió muy visual. La competencia es tremenda y la exigencia mucho mayor porque debes ser muy expresiva. Bajé treinta kilos y empecé a recibir ofertas. La operación la pagué con un premio que me gané cantando en Alemania. Ganar el "Competizione Dell'Opera" en Dresden y Bremen ha sido lo más importante de mi carrera.

Marcela González y Pamela Flores concuerdan:

-La exigencia es tal que ni siquiera puedes ir a un ensayo desarreglada. Por el medio, ojalá te vieras como una modelo.

Para estas cuatro divas, la fuerza de voluntad y el enfocarse en la meta ha sido la gran marca de sus carreras ascendentes.

Pamela Flores:

-Hay una concordancia entre tener problemas económicos y surgir en el canto. Esta carrera exige instinto de superación y fe en sí mismo, todos los días tienes que reinventarte y no bajar la guardia frente a la envidia y a la extrema competencia. Mi fuerza la he sacado de haber pasado penurias, de la época en que cantaba en las micros y vendía ropa en la feria. Te duele, pero te hace fuerte. No es casualidad que muchos cantantes nuevos vengan de provincia y que casi todos vengamos de hogares con estrecheces y dificultades.

La mayoría estudió con becas y fondos concursables, desde el Fondart a los Amigos del Teatro Municipal.

-Soy presbiteriana y tengo la frialdad para saber que esta profesión no es solo una expresión del alma, también es un trabajo y uno debe intentar ser el mejor. No tuve papá, mi mamá es profesora básica, fui a un colegio público. Me costó mucho, me conseguí todas las becas que pude: los amigos del Teatro Municipal pagaron la mitad de mi carrera universitaria. Soy de Osorno, la pensión en Santiago me la pagué cantando en coros, en matrimonios, donde podía. Pero ese camino árido me rindió frutos: entendí que el rigor, como decía María Callas, es lo principal. ¿Cómo me iba a farrear lo que tanto me costó? La ópera es un retrato del ser humano: yo creo que hay afinidad entre el que sufre y el que quiere expresar -dice Paulina González.

Y, desde Colonia, Alemania, la soprano Catalina Bertucci recuerda sus días difíciles:

-Me vine en 2006 persiguiendo a la maestra Barbara Schlick, con la que quería estudiar. Al principio fue duro, no tenía mucha plata y no sabía cuánto me durarían los ahorros. Lavé platos en un hotel y amigos muy queridos me ayudaron. Después de un año me gané un Fondart, eso me alivió.

Y, para todos, la libertad y el autocuidado es fundamental.

La soprano Marcela González:

-Hay que cuidarse y cuidar la voz, que es nuestro instrumento. Si del mercado dependiera, terminaríamos con la voz destrozada en un par de años y es lo que a veces sucede cuando estás contratada en un teatro. Tu contrato te exige cantar cualquier rol, pero no todos los roles son para ti. En esto hay que ser cuidadoso, porque estás jugando con tu futuro. Tú puedes preguntar: casi todos hemos optado por la libertad, por un trabajo freelance. Porque podemos decir que no a un rol. Preferimos la autogestión. Vivimos con más altibajos y más inestabilidad económica, pero es más sano. La ópera es maravillosa, pero hay que ponerle cabeza. ya

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